Las casas, las habitaciones, las estanterías, los armarios. Todo está a rebosar y prácticamente el noventa por ciento de esos chismes no son de uso diario. ¿Cuántas veces al año usamos el costurero, los patines, la heladera, las acuarelas o la máquina de coser?
Estoy segura de que no es sólo en mi casa. Si lo pensáis bien, cada año acumulamos, por pena o por el pequeño síndrome de diógenes en potencia que todos llevamos dentro, cantidad de cosas innecesarias.
Yo personalmente me di cuenta cuando me fui a Nerja. Allí me planté con una maleta llena de ropa, una mochila, un par de libros y un portátil. Y no necesitaba nada más. Durante dos meses viví sin necesitar la cantidad de cosas que me esperaban en casa y que ahora, cinco meses después, sigo sin haber utilizado ni una vez.
Por eso, si pienso en la herencia que algún día dejaré a mis descendientes o en la que en algún momento pueda llegar a recibir, no me gustaría nada material. La receta que hoy os traigo es un bien heredado que nos llegó de forma transversal. Cuando yo nací mis padres vivían puerta con puerta con otra familia que llegó a ser una extensión de la nuestra.
La matriarca, Mercedes, era otra abuela para mi. Ella me dio a probar por primera vez los canelones convirtiéndolos en uno de mis platos favoritos. Aunque sin duda lo que mejor recuerdo de aquellos años es el olor de aquella casa. No olía a nada especial pero está grabado a fuego en mi memoria, el olor de Villa Rodrigo era el olor del hogar.
El caso es que hace unos años mi madre le pidió a Mercedes su famosa receta de las rosquillas de anís. Ella le dijo que fuese a su casa y que ella misma le enseñaría a hacerlas. Su marido, Manuel, le escribió la receta a mano con una letra de maestro de los de antiguamente y entre las dos prepararon una gran cantidad de deliciosas rosquillas.
Hoy la receta es nuestra y desde aquí la comparto con vosotros en lo que es ya parte de mi patrimonio familiar.
Rosquillas Mercedes (30 uds)
- 1.5 L Aceite de Oliva
- 1 Naranja
- 1 Limón
- 3 Huevos
- 1 Taza Azúcar
- 1 Taza Anís
- 1 Taza de Leche
- 1 Sobre Levadura en Polvo
- 1 Kg Harina de repostería
- Pizca de Sal
- 2 Cdtas. Canela en polvo
- Pelamos el limón y la naranja con cuidado de no llevarnos la parte blanca.
- Ponemos el aceite a calentar con las pieles.
- Cuando humee, lo retiramos del fuego y dejamos enfriar.
- En un bol grande, ponemos los huevos y los batimos junto con el azúcar.
- Después añadimos el anís y la leche sin dejar de batir.
- Del aceite que habíamos calentado sacamos una taza y lo echamos también.
- Añadimos la levadura y la harina tamizadas en tandas, poco a poco, según lo vayamos integrando en la masa. Echamos también una pizca de sal y removemos primero con unas varillas y después con una cuchara de madera. Nos quedará una masa pegajosa y elástica.
- Ponemos de nuevo el aceite a calentar, retirando primero las pieles y reservando media taza por otro lado.
- Para formar las rosquillas, nos mojamos las manos en el aceite que hemos reservado y cogemos una bola de masa del tamaño de una pelota de ping-pong.
Le damos forma y con el dedo hacemos un agujero en el medio.
- Cuando el aceite esté bien caliente las vamos echando dejando que se doren un par de minutos por cada lado.
- Una vez fritas las sacamos a una bandeja con papel absorbente y nada más escurrirlas las pasamos a un plato con azúcar y canela en el que las rebozaremos bien por los dos lados.
¡Y ya tenemos listas nuestras deliciosas rosquillas de anís!
Salen un montón y son muy entretenidas de hacer, ¡merece la pena!
Lo mejor es trabajar en cadena, hacerlas en familia, en fin de semana, en el acogedor calorcito de la cocina. Desde luego el buen rato te lo llevas y la merienda también.
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Mi madre, mi abuela y yo, haciendo rosquillas |
Además aguantan unos días perfectamente en un recipiente bien cerrado aunque seguramente no os duren tanto...
Espero que os animéis a prepararlas y que esta receta llegue a formar parte de vuestro patrimonio familiar.
¡Nos vemos pronto!
Besos dulces,
Boira
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