viernes, 17 de junio de 2016

Cuando ves latir un corazón. Segunda parte.

¡Muy buenas!
Lo prometido es deuda y paso por aquí un momentito para traeros la segunda parte del relato "Cuando ves latir un corazón".
La primera parte gustó bastante y confío en que esta ponga el broche de oro.
¡Nos vemos pronto con más recetas!

CUANDO VES LATIR UN CORAZÓN Y CUANDO LO VES PARARSE
(Segunda parte)

            - ¿Estáis listos?- preguntó el cirujano del “Equipo Corazón” al “Equipo Hígado”. 
            - Nosotros sí, cuando queráis- respondió el otro.
El Cirujano-Corazón tomó las tijeras que le ofreció la enfermera
instrumentista y, con pulso decidido se acercó hasta el latiente corazón.
Mi rostro debió reflejarlo. El pánico tan tremendo que me invadió por completo debió reflejarse en mi cara. La sensación de que cortar aquella enorme arteria acabaría con todo era verdaderamente aterrador, pero a la vez daba una contradictoria y también miedosa sensación de poder.
Quise gritar: << ¡Para! ¡No sigas! >>, pero la tensión, el miedo y la curiosidad me lo impidieron. Iba a ver morir a alguien en directo, a mi lado. No iba a morir en mis brazos, pero iba a morir a nuestra costa. << Le vamos a matar >> pensé, sin remedio. Traté de concentrarme en que, gracias a eso, muchas personas vivirían, pero, segundos antes de que las frías tijeras tocasen aquél trozo de carne caliente e irrigada, miré al chico, ausente, ignorante de todo, y supe con seguridad que a aquél hombre le traían al fresco las vidas que iba a salvar, que a él sólo le importaba él mismo y que, por encima de todo, quería vivir. Creí que cuando las tijeras cortasen se acabaría todo pero, para mi sorpresa, la historia no hizo más que empezar.

El cirujano cortó la arteria y la sangre lo inundó todo. Un incontrolable chorro de sangre roja, espesa y escurridiza llenó aquél hueco que había sido la “casa” del corazón durante años. El corazón, por cierto, parecía volverse loco. Ante la falta de sangre empezó a latir más rápido y mucho más fuerte, contrayéndose en los últimos latidos desesperados. No pude evitarlo. Volvió a recordarme a un ser vivo, un animal muy vivo muriéndose. Luchaba por vivir, por mantenerse a flote, pero ya no había marcha atrás. Lentamente, el corazón se paró y una enorme angustia me provocó un escalofrío. Se había acabado, lo habíamos matado, pero, sorprendentemente, no me apenaba tanto el que hubiese muerto el chico, sino que aquél ser tan perfecto hubiese dejado de latir para siempre. Era tan bonito, estaba vivo, y nosotros le habíamos matado.
A mi alrededor, todo el mundo trabajaba rápidamente, en equipo, en un bonito baile de coordinación. Los cirujanos metían agua helada, que les proporcionaban las enfermeras, en el hueco donde todavía estaba el corazón, ya inerte, descansando. Lo mismo ocurría alrededor del hígado. El cirujano, satisfecho con la pieza, demandaba más y más agua para su presa. Cuando esta se acabó, metieron directamente trozos de hielo de botellas congeladas. Pasados unos minutos, extirparon el corazón y el hígado y los sacaron de allí corriendo, en busca de su nuevo dueño. Los cirujanos tomaron muestras de algunos tejidos del cuerpo, del bazo y algunos vasos sanguíneos, para analizar, los metieron en botes, que también guardaron, y se separaron del cuerpo. Ya no les hacía falta. No creo que ninguno lo viese como lo veía yo, un muerto reciente, pero ninguno quería aproximarse a él. La única que permanecí a su lado, fui yo, contemplándole entero, desde su cabeza a los pies, viendo las perrerías que nuestras hazañas le había provocado, observando todo su abdomen y tórax abierto, todavía demasiado impresionada para salir del quirófano, dejarle ahí y continuar con mi vida. Los cirujanos se quitaron los guantes y, con el sonido del látex, volví en mí.
            - ¿Van a dejarle así?- pregunté impresionada, sin poder creerlo.  
- Se le llevan al Anatómico Forense. Van a hacerle la autopsia- contestó uno de los cirujanos, sin dignarse a mirarnos ni a mí ni al muerto.

- Pero, ¿y su familia?- nadie contestó- ¡Acaban de perder  a su hijo! ¿Creen que su madre desea recordar a su hijo de esta forma?- exclamé, angustiada, pero seguían sin contestarme, sin poder mirarnos. Uno de los cirujanos salió del quirófano, seguido de su alumno faldero, sin mirar atrás, mientras que el otro, se quitó la mascarilla, se acercó a nosotros, me miró y después a él.

- Dadme unos guantes, por favor- pidió. Yo respiré hondo, dando gracias a Dios y al cirujano porque podría haberme echado a llorar allí mismo.

- Gracias- susurré, aliviada.

- ¿Eres estudiante?- preguntó mirándome a los ojos, ya que era lo único que la mascarilla no tapaba, mientras grapaba los bordes de carne por donde habían cortado que, entre sus manos y las mías, temblorosas, conseguimos juntar.

- Sí, de enfermería- respondí con un hilo de voz.

- ¿Te ha impresionado mucho?- a nuestro alrededor todos nos miraban, algo perplejos, escuchando. Yo lo vi y me puse roja como un tomate- Podéis iros- indicó, haciéndose cargo-, voy a acabar con esto. 
 
- ¿No quiere que le asista?- se ofreció la enfermera instrumentista. 
 
- No, la alumna que está de prácticas me va a ayudar.

- Tenemos que recoger..

- Os llamaré cuando acabemos- aseguró.

- Pero…

- ¡Fuera!- gritó. Del susto, se me escapó de las manos el bajo vientre que todavía estaba por unir. Esperó a que todos hubiesen abandonado el quirófano y continuó.

Entre los dos y sin mediar palabra, terminamos de grapar todo, le quitamos las vías, las sondas y le intentamos poner lo más presentable que pudimos.

            - Voy a avisar a su familia. ¿Quieres estar aquí?- preguntó. Yo no supe qué responder. 
            - Creo que no- el hombre asintió. Miré una última vez su rostro hinchado y amoratado, resistiéndome a creer que estaba muerto. 
            - ¡Eh! ¡Niña!- me gritó- Lo que estás haciendo no es sano- dijo cuando le miré- Vete- ordenó. Me quité la mascarilla, los guantes y el gorro y salí de allí con un enorme nudo en la garganta.

Cuando salí de la zona de quirófanos, encontré a un matrimonio y a una chica joven, que no dejaba de llorar. El hombre trataba de consolar a la muchacha, mientras que la mujer permanecía ausente, mirando al infinito. Cuando me vio, caminando despacio, con el rostro compungido, se levantó de un salto con un halo de esperanza en los ojos, casi implorándome que le diese una buena noticia. Sin poder soportarlo, desvié la mirada, clavándola en el suelo, continué andando hasta los ascensores y rompí a llorar en el momento en las puertas se cerraron.


No hay comentarios:

Publicar un comentario