Lo prometido es deuda y paso por aquí un momentito para traeros la segunda parte del relato "Cuando ves latir un corazón".
La primera parte gustó bastante y confío en que esta ponga el broche de oro.
¡Nos vemos pronto con más recetas!
CUANDO VES LATIR UN CORAZÓN Y CUANDO LO VES PARARSE
(Segunda parte)
- Nosotros sí, cuando queráis- respondió el otro.
El Cirujano-Corazón tomó las
tijeras que le ofreció la enfermera
instrumentista y, con pulso
decidido se acercó hasta el latiente corazón.
Mi rostro debió reflejarlo. El
pánico tan tremendo que me invadió por completo debió
reflejarse en mi cara. La sensación de que cortar aquella
enorme arteria acabaría con todo era verdaderamente
aterrador, pero a la vez daba una contradictoria y también
miedosa sensación de poder.
Quise gritar: << ¡Para! ¡No
sigas! >>, pero la tensión, el miedo y la curiosidad
me lo impidieron. Iba a ver morir a alguien en directo, a
mi lado. No iba a morir en mis brazos, pero iba a morir
a nuestra costa. << Le vamos a matar >> pensé,
sin remedio. Traté de concentrarme en que, gracias a eso,
muchas personas vivirían, pero, segundos antes de que las
frías tijeras tocasen aquél trozo de carne caliente e
irrigada, miré al chico, ausente, ignorante de todo, y supe
con seguridad que a aquél hombre le traían al fresco las
vidas que iba a salvar, que a él sólo le importaba él
mismo y que, por encima de todo, quería vivir. Creí que
cuando las tijeras cortasen se acabaría todo pero, para mi
sorpresa, la historia no hizo más que empezar.
El cirujano cortó la arteria y
la sangre lo inundó todo. Un incontrolable chorro de
sangre roja, espesa y escurridiza llenó aquél hueco que
había sido la “casa” del corazón durante años. El
corazón, por cierto, parecía volverse loco. Ante la falta
de sangre empezó a latir más rápido y mucho más fuerte,
contrayéndose en los últimos latidos desesperados. No pude
evitarlo. Volvió a recordarme a un ser vivo, un animal muy
vivo muriéndose. Luchaba por vivir, por mantenerse a flote,
pero ya no había marcha atrás. Lentamente, el corazón se
paró y una enorme angustia me provocó un escalofrío. Se
había acabado, lo habíamos matado, pero, sorprendentemente,
no me apenaba tanto el que hubiese muerto el chico, sino
que aquél ser tan perfecto hubiese dejado de latir para
siempre. Era tan bonito, estaba vivo, y nosotros le habíamos
matado.
A mi alrededor, todo el mundo
trabajaba rápidamente, en equipo, en un bonito baile de
coordinación. Los cirujanos metían agua helada, que les
proporcionaban las enfermeras, en el hueco donde todavía
estaba el corazón, ya inerte, descansando. Lo mismo ocurría
alrededor del hígado. El cirujano, satisfecho con la pieza,
demandaba más y más agua para su presa. Cuando esta se
acabó, metieron directamente trozos de hielo de botellas
congeladas. Pasados unos minutos, extirparon el corazón y el
hígado y los sacaron de allí corriendo, en busca de su
nuevo dueño. Los cirujanos tomaron muestras de algunos
tejidos del cuerpo, del bazo y algunos vasos sanguíneos,
para analizar, los metieron en botes, que también guardaron,
y se separaron del cuerpo. Ya no les hacía falta. No
creo que ninguno lo viese como lo veía yo, un muerto
reciente, pero ninguno quería aproximarse a él. La única
que permanecí a su lado, fui yo, contemplándole entero,
desde su cabeza a los pies, viendo las perrerías que
nuestras hazañas le había provocado, observando todo su
abdomen y tórax abierto, todavía demasiado impresionada para
salir del quirófano, dejarle ahí y continuar con mi vida.
Los cirujanos se quitaron los guantes y, con el sonido del
látex, volví en mí.
- ¿Van a dejarle así?- pregunté
impresionada, sin poder creerlo.
- Se le llevan al Anatómico
Forense. Van a hacerle la autopsia- contestó uno de los
cirujanos, sin dignarse a mirarnos ni a mí ni al muerto.
- Pero, ¿y su familia?- nadie
contestó- ¡Acaban de perder a su hijo! ¿Creen que su
madre desea recordar a su hijo de esta forma?- exclamé,
angustiada, pero seguían sin contestarme, sin poder mirarnos.
Uno de los cirujanos salió del quirófano, seguido de su
alumno faldero, sin mirar atrás, mientras que el otro, se
quitó la mascarilla, se acercó a nosotros, me miró y
después a él.
- Dadme unos guantes, por favor-
pidió. Yo respiré hondo, dando gracias a Dios y al
cirujano porque podría haberme echado a llorar allí mismo.
- Gracias- susurré, aliviada.
- ¿Eres estudiante?- preguntó
mirándome a los ojos, ya que era lo único que la
mascarilla no tapaba, mientras grapaba los bordes de carne
por donde habían cortado que, entre sus manos y las mías,
temblorosas, conseguimos juntar.
- Sí, de enfermería- respondí
con un hilo de voz.
- ¿Te ha impresionado mucho?- a
nuestro alrededor todos nos miraban, algo perplejos,
escuchando. Yo lo vi y me puse roja como un tomate- Podéis
iros- indicó, haciéndose cargo-, voy a acabar con esto.
- ¿No quiere que le asista?- se
ofreció la enfermera instrumentista.
- No, la alumna que está de
prácticas me va a ayudar.
- Tenemos que recoger..
- Os llamaré cuando acabemos-
aseguró.
- Pero…
- ¡Fuera!- gritó. Del susto, se
me escapó de las manos el bajo vientre que todavía
estaba por unir. Esperó a que todos hubiesen abandonado el
quirófano y continuó.
Entre los dos y sin mediar
palabra, terminamos de grapar todo, le quitamos las vías,
las sondas y le intentamos poner lo más presentable que
pudimos.
- Voy a avisar a su familia. ¿Quieres estar aquí?- preguntó. Yo no supe qué responder.
- Creo que no- el hombre asintió. Miré una última vez su rostro hinchado y amoratado, resistiéndome a creer que estaba muerto.
- ¡Eh! ¡Niña!- me gritó- Lo que estás haciendo no es sano- dijo cuando le miré- Vete- ordenó. Me quité la mascarilla, los guantes y el gorro y salí de allí con un enorme nudo en la garganta.
Cuando salí de la zona de
quirófanos, encontré a un matrimonio y a una chica joven,
que no dejaba de llorar. El hombre trataba de consolar a
la muchacha, mientras que la mujer permanecía ausente,
mirando al infinito. Cuando me vio, caminando despacio, con
el rostro compungido, se levantó de un salto con un halo
de esperanza en los ojos, casi implorándome que le diese
una buena noticia. Sin poder soportarlo, desvié la mirada,
clavándola en el suelo, continué andando hasta los
ascensores y rompí a llorar en el momento en las puertas
se cerraron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario