viernes, 3 de junio de 2016

De lo que me llevo y de lo que dejo en Nerja

Bueno, pues esto se acaba.
Parece que fue ayer cuando llegué a este pueblo lluvioso, gris y blanco y desconocido.


Tras sesenta y un días aquí puedo decir que Nerja se ha convertido en mi casa.
En este lugar he hecho amigos, algunos de ellos serán ya siempre parte de mi familia.


He recorrido sus acogedoras calles una y otra vez.
He conocido gente de todas partes que por una u otra razón, como yo, pasaban por Nerja por más o menos tiempo.
He aprendido. Mucho y no sólo de cocina, también de la vida, de la convivencia, de las relaciones, de la independencia, de la confianza y de la amistad.


Muchas veces me creo mayor, entera y hecha y luego la vida me enseña como a una niña de tres años aunque también me sorprendo a mi misma aprendiendo con madurez; supongo que me hago mayor.
De Nerja me llevo muchas cosas, algunas incluso bajo la piel.


Pero también dejo muchas cosas aquí de mi, de la que era.
Dejo mi huella en el Parador.


Cosas que ya no vuelven a Aranjuez conmigo; cariño y amistad hacia mucha gente que se quedan.
Recuerdos, paseos, largos ratos mirando al mar desde mi Balcón de Europa que espero reencontrar cuando vuelva, ojalá dentro de poco tiempo.


Ahora toca regresar a la realidad, a la que era mi vida, que me gustaba y donde era feliz. Toca volver a empezar, volver a la rutina y a lo que hacía antes, aunque parezca tan lejano que ya casi ni me acuerdo.
Nerja y su gente me han acogido con los brazos abiertos y mucho cariño; me han dado recuerdos y amigos que espero conservaré siempre.


Pero es el momento de cerrar el ciclo, de terminar, despedirme y volver.
Y por eso, tras un rato en mi rincón favorito de Nerja, el Balcón de Europa, uno de los primeros sitios a donde vine, me siento en mi mesa, en la 21, para despedirme de todo esto no con un adiós, sino con un hasta pronto...
¡Gracias por todo, Nerja!



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