viernes, 2 de diciembre de 2016

El peor día de mi vida.

Era jueves.

Aquella mañana tenía una entrevista para el trabajo de mis sueños, por fin, publicidad.

Y no fue fácil. Antes de aquella, tuve varias entrevistas grupales en las que, aun no se cómo, se fijaron en mi. Laura, la chica de recursos humanos de aquella gran empresa, me dijo que prácticamente estaba dentro, que aquella última entrevista que me quedaba era solo un trámite para justificar mi contratación.

Dos meses de prueba, después indefinida. Catorce pagas de 1450 euros brutos y un mes de vacaciones al año. ¿Dónde había que firmar?

El despertador no sonó.

Podría decir que sonó y lo apagué pero no fue así. Apenas pegué ojo aquella noche; estaba tan nerviosa que no conseguía conciliar el sueño a pesar de haberme acostado a las once. Cerca de la una me levanté de la cama y revisé mi bolso para asegurarme que lo llevaba todo. Después volví a mirar el conjunto que había preparado para la ocasión: falta negra ajustada hasta la rodilla, blusa blanca de gasa, un chaleco negro entallado y unos botines del mismo color.

Había hecho consenso con mis mejores amigas para que me aconsejasen a este respecto pues lo único que yo sabía de moda era su publicidad, que la tenía bien estudiada.

Y cerca de las dos de la mañana me entraron dudas. Rebusqué en mi armario hasta dar con unos vaqueros nuevos, de marca, desorbitadamente caros para mi sueldo de entonces. Luego apareció una camiseta del grupo Dorian que mi ex había dejado olvidada hacía ya tres meses. Y, escondida al fondo del todo, una americana roja que compré en el rastro hace años empezó a hacerme señas. Era tipo maestro de circo, con botones y filigranas doradas y en realidad nunca supe por qué me encapriché de ella pero aquella madrugada entendí que era su momento.

No podía pasar desapercibida. Tenía que demostrar quién era yo, cuál era mi auténtica personalidad y que les gustase o se acabase todo. No quería empezar otra relación más fingiendo lo que no era. Aquella debía durar muchos años y para eso había que hacer las cosas bien desde el principio.

Me desperté sobresaltada cuando pasaban unos minutos de las siete de la mañana.

No, no, no.... ¡No podía ser!

Había planeado levantarme a las seis, darme una ducha, desayunar, secarme el pelo y maquillarme sin prisa. Me vestiría y saldría de casa a las siete para coger el tren de las siete y veinte.

Tarde.

Me vestí tan rápido como pude, metí maquillaje a diestro y siniestro en el neceser de viaje que rondaba por el baño con la esperanza de poder maquillarme de camino. Entonces me miré al espejo y vi mi pelo.

¡PERO QUÉ COÑO LE HABÍA PASADO!

No me lo podía creer: anoche estaba normal... ¿Por qué, Dios mío, por qué aquella mañana había tenido que empezar así?

Me lo recogí todo en una coleta y traté de hacerme un moño rápido y desenfadado. Elegante pero informal.

Me calcé mis tacones rojos, a juego con la americana, y salí de casa pegando un portazo, con la esperanza de que el día se encarrilase de nuevo y que todo aquello no fuese más que una anécdota graciosa que contar cuando me hiciesen jefa de publicidad dentro de cinco años.

Corrí como en mi vida camino de la estación. Los zapatos me estaban matando, a pesar de ser mis favoritos y de llevar horas y horas de caminata en los tacones, pero, ¿de qué me sorprendía? ¿Me saldría algo bien aquél dichoso día?

Llegué al andén a tiempo de ver cómo se cerraban las puertas del tren. Pulsé el botón de apertura de puertas compulsivamente y miré hacia el primer vagón suplicante.

Las puertas no se abrieron.

Justo antes de que partiriera, con una mano aún pulsando el botón y la otra apollada en el cristal, una niña de unos diez años posó la suya frente a la mía al otro lado. Me sonrió mientras el que parecía su hermano pequeño hacia burla sacándome la lengua.

Me quedé sola en mitad del andén observando cómo mi puntualidad se marchaba sin mi.


Tuve ganas de llorar. Hasta ese momento reconozco que intenté controlarlas pues tenía la esperanza de coger el tren y liberar una rabieta solo me retrasaría. Pero ya daba igual, no iba a llegar a la entrevista a tiempo así que... ¿Qué importaba?

Me senté cojeando en uno de los bancos del andén, con los pies doloridos, tratando de recuperar poco a poco el ritmo normal de la respiración, intentando calmarme y mantener la cabeza fría. Aún podría llegar a tiempo si conseguía controlar el pánico y mis ganas de llorar y encontraba una solución.

Pero en mi cabeza sólo podía pensar que había desaprovechado mi gran oportunidad, que había malgastado mi único día de asuntos propios en la explotadora empresa multinacional que parecía ser dueño de mi tiempo, alma e ilusión para la que trabajaba entonces y que debía haberme puesto el conjunto que mis amigas me habían recomendado. Así, por ese orden.

Entonces apareció un chico corriendo igual que lo había hecho yo apenas un minuto antes. Miró a su alrededor, vio el andén vacío y se dobló para intentar retomar el aliento.

Cuando se incorporó, aún con la cara desencajada por el esfuerzo, miró el panel que se empeñaba en martirizarme en el que se anunciaba el siguiente tren veinte minutos después. Y luego me vio sentada en el banco y en vez de echarse a llorar, como predije que podría reaccionar, rompió a reír como un loco.

¿También has perdido el tren?

Asentí algo perpleja y, por qué no decirlo, intimidada. No esperaba que se pusiese a hablar conmigo. Entre eso y que, ya siendo del todo sincera, estaba muy, MUY bien, me corté y no pude articular palabra.

Voy a perder mi último examen...

Se lamentó.

Parecía de mi misma edad. Era alto, cerca del metro noventa, calculaba. Tenía el pelo castaño y los ojos color miel. Vestía unos chinos color caqui y una camisa vaquera. En sus grandes manos llevaba una chupa de cuero tipo aviador y una mochila rosa con pegatinas.

Pero sin duda lo que no me dejaba apartar la vista de él era su sonrisa. Aquella sonrisa era la causa del calentamiento global y no el efecto invernadero.

¿A dónde vas?

Tardé un momento en poder contestar.

A una entrevista de trabajo.

Ya, pero, ¿a dónde?

Cuatro Caminos.

Yo a Ciudad Universitaria, está cerca. ¿Quieres compartir un taxi?



CONTINUARÁ.

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