Hoy estoy en el hospital.
El hospital 12 de Octubre de Madrid es uno de los mejores; entre sus profesionales se encuentran manos que obran cada día poco menos que milagros, cosas increíbles de las que la mayoría no nos enteramos.
Mientras intervienen a mi abuela me ha dado por pensar en qué se puede hacer en un hospital si no estás enfermo.
Y lo primero en lo que he pensado es en donar. Normalmente donó sangre pero hoy he pasado por el Banco de sangre con otra intención.
Tras leer un par de folios y firmar un par de papeles, me han sacado dos tubitos de sangre. Con este pequeño pinchazo he entrado a formar parte del registro de donantes de médula.
A partir de ahora, analizarán mi sangre y buscarán entre los miles de pacientes que esperan donante. Si soy compatible con alguno de ellos, volverán a sacarme sangre. Tal vez sea suficiente con eso. Si fuese necesario, me someterían a una pequeña intervención para extraer me médula ósea. De cualquier forma, si por el motivo que sea decido no exponerme a ello finalmente, podré echarme atrás.
Donando médula no gano nada, tampoco me supone ningún gasto y el trastorno, por ahora, es mínimo.
Para los que estéis interesados en hacer lo mismo que yo podéis informaros aquí.
Debo reconocer que antes de pasar por el Banco de sangre he hecho un viaje al pasado. He cruzado al edificio de maternidad y he bajado por las escaleras del tiempo hasta el pasillo de consultas externas pediátricas.
Por el camino hacia mi destino final me he cruzado con muchas y muy duras historias en forma de niños pequeños, enfermos, sonrisas inocentes más grandes que las sillas y aparatos que las sostienen, gigantes y fuertes luchadores de las manos de padres que no podrían dar más aunque quisieran.
Y he llegado a mi sala de espera y allí estaba ella.
La gallina (de los huevos) seguía allí, mirándome de soslayo como cuando hace años me tocaba esperar y esperar a que me tocase entrar a aquél tormento.
La gallina era la antesala donde se manifestaban todos los miedos y donde todo lo que no hablábamos se materializaba de manera muy real.
Ahora la consulta que contiene ya no es la mía. Pero la gallina (de los huevos), a la que seguramente alguien puso ahí hace décadas para hacer aquél rincón más alegre, me ha hecho un guiño desde el pasado trayéndome recuerdos amargos que no quiero olvidar, que me recuerdan que ya soy mayor, fuerte y dura y que algunos miedos no se terminan de marchar del todo, a pesar de que le pongamos gallinas en la puerta.
Cuando he salido de allí, cuando todas esas caritas se han quedado atrás, las preocupaciones y miedos de esos padres han venido conmigo.
Y me he sentido orgullosa de ser enfermera y de poder ayudar a la gente en la medida de lo posible. Y pensando en cómo poder ayudar algo más he acabado en el banco de sangre. El resto ya lo sabéis.
Animaos a ayudar un poquito vosotros también. Tal vez el día de mañana seamos nosotros quiénes necesitemos ayuda.
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