Como si de una película romanticona se tratase, cuando salimos de la estación un taxi estaba esperándonos con la luz verde encendida.
No quise pensar demasiado. Cuando me di cuenta llevábamos casi diez minutos de camino. A los nervios propios de la entrevista tuve que sumarles los de la mañana caótica y estresante con que había decidido deleitarme aquél día, el sudor frío que empapaba ligeramente mi camiseta bajo la chaqueta tras la infructuosa carrera y el magnético olor corporal que mi improvisado compañero de viaje emanaba. Feromonas que hacían del aire de aquél vehículo un espacio pegajoso, húmedo y caliente.
No me puedo creer que me haya hecho esto..., gruñó mientras resolvía una y otra vez un cubo de Rubik entre sus enormes manos.
Rió amargamente con la mochila rosa, de Dora la Exploradora, sobre sus rodillas.
Mi compañero de piso, de carrera y de tesis tiene un sentido del humor cojonudo. Eso y muy mal perder.
Le miré sin comprender, observando su rostro con vistazos fugaces, haciendo con ellos un puzzle en mi cabeza de aquél ser que podría haber salido perfectamente de una revista de moda o alguna serie de televisión para adolescentes.
Me llamo Alejandro.
Raquel.
El camino hasta el centro de Madrid fue un verdadero calvario. Además del consabido atasco propio de las ocho de la mañana, algo más debía haber ocurrido, un accidente quizás, porque de repente no dejaban de pasarnos atronadoras ambulancias de todo tipo, coches de policía, bomberos y guardia civil cuando nos aproximábamos al centro.
Está claro que no vamos a llegar a tiempo, murmuró dibujando con el dedo en el cristal empañado de la ventana.
Este es el peor día de mi vida...
A lo mejor te gano; cuéntame tu historia.
Con más pena que vergüenza, riéndome de mis propias torpezas, le fui contando todos los pormenores que me habían ocurrido a lo largo del día, mientras él también reía de vez en cuando y asentía con comprensión en otros momentos.
Si realmente es la oportunidad de tu vida, llegarás a tiempo y te harán la entrevista.
No voy a llegar a tiempo.
Lo que quiero decir es que puede que te cojan o no.
Vaya, gracias por tus ánimos..., reí.
Si no lo hacen no será la oportunidad de tu vida. La de verdad, la buena, vendrá más adelante, en otra ocasión. Otro día en que el despertador sonará y todo te saldrá redondo.
Y le creí. Cómo no hacerlo con aquella sonrisa, con esos ojos brillantes y esa voz capaz de derretir los polos. Y una enorme paz me invadió, relajándome por momentos en el asiento del taxi, dejándome llevar por la suerte, el azar o lo que fuese que me hubiese llevado hasta aquél lugar, aquél extraño día, con aquél muchacho que me decía que los trenes pasan a diario, pero que no todos nos llevan a donde queremos.
El taxista bajó el volumen de su radio, nos miró a través del retrovisor y volvió a perder la mirada en el tráfico.
¿Ocurre algo?
Vamos a tener que cambiar de ruta; el centro está cortado y la M-30 está colapsada en sentido sur.
¿Qué es lo que pasa?, volví a preguntar.
¿Y en sentido norte?, preguntó mi compañero.
Sí, por ahí tenemos que ir, no queda otra.
No volvió a despegar los labios en el resto del trayecto.
Ahora me toca a mi, ya verás como mi día es aún peor que el tuyo. Me dirijo a la Complutense para hacer el último examen de mi carrera.
¿Qué estudias?
Física. Ya, ya lo sé, no me pega nada, pero me encanta. El caso es que Dario, mi compañero de piso y de carrera, es mi mejor amigo, o al menos eso pensaba yo. Entre los dos diseñamos un proyecto para el concurso nacional universitario del ciencias aplicadas y.. ganamos. Entonces empezaron los problemas.
¿Por qué?
Pues verás, lo cierto es que... para costearme la carrera, he trabajado puntualmente como modelo de publicidad. Apenas tres o cuatro campañas de moda han sido suficiente para no tener que depender de mis padres.., murmuró con cierta vergüenza.
Pero eso está muy bien, ¿cuál es el problema?
Cuando ganamos el concurso, no sé cómo, los medios de comunicación que cubrían el evento se enteraron de mis pinitos como modelo y quisieron sacarle punta al asunto, ya sabes: chico modelo y cerebrito, la típica noticia de sobremesa que gusta tanto.
Y tu amigo se molestó...
Él me dijo que no pero yo creo que sí. Al final acabaron haciendo reportajes absurdos sobre mí y apenas dijeron dos palabras sobre lo que habíamos conseguido, acerca del premio o sobre el propio Dario...
Entiendo..
Yo le dije que lo sentía, que no tenía obviamente intención de que ocurriese nada de esto... Pero se cabreó mucho y con razón. El resultado es este: me ha apagado el despertador, me ha escondido mi bolsa, donde llevo todas mis cosas que, no te rías, pero es algo así como mi talismán, no voy a ningún sitio sin ella, y me ha dejado esto en su lugar, gruñó mostrándome la mochila de niña pequeña que llevaba con resignación.
No te queda mal..., reí intentando quitarle hierro al asunto.
Él ha cogido el tren; seguro que ya ha llegado a la universidad y que va a clavar el examen, se lamentó.
¿No tienes recuperación?
Sí, claro, pero si no lo apruebo ahora perderé la beca que ganamos con el premio del concurso de ciencias: un año de investigación a gastos pagados en una universidad americana...
Joder...
Creo que tengo derecho a decir que este es el peor día de mi vida y que es peor que el tuyo...
No quise rebatirle. En realidad le hubiese dado la razón aunque me hubiese jurado que la tierra es plana.
Siguiendo tu propio consejo, si pierdes este tren, llegará otro para ti, el bueno, más adelante.
Disculpa, Raquel, pero te he dado un consejo de mierda...
Reímos los dos, sin mucho más que hacer, impotentes en aquél taxi que se movía a cámara lenta, compartiendo mala suerte y lamentándonos del peor día de nuestras vidas.
Cerca de las diez de la mañana, casi una hora tarde, llegamos al edificio donde tenía lugar la entrevista. Hicimos un rápido cálculo y le di una parte del dinero de lo que marcaba el taxímetro mientras nos despedíamos.
Que tengas suerte.
Lo mismo te digo, falta nos hace a los dos. Aunque no dejo de pensar que, si este es el peor día de mi vida, en el fondo no está tan mal.
¿Ah, no? ¿Y eso?
Este viaje lo ha mejorado un poco, bastante, en realidad. A lo mejor no es el peor, después de todo...
Yo pienso igual; ha ido mejorando por momentos..., murmuró con una sonrisa que me hizo temblar las piernas. Con un poco de suerte, puede que hasta le perdone la vida a Dario...
¿En serio?
De no ser por él no habría perdido el tren.
Rebuscó en la pequeña mochila hasta dar con un rotulador indeleble. Con él apuntó su número de teléfono en la cara blanca del cubo de Rubik. Lo colocó entre mis manos y las cerró en torno al juguete con las suyas.
¿Qué vas a hacer sin esto?, le pregunté.
Tengo más, sonrió con calidez justo antes de volver a meterse en el taxi.
Se marcharon entre el bullicioso tráfico y yo eché a correr con el corazón a mil por hora, con una gran sonrisa que no conseguí borrar de mi cara ni cuando Laura, la chica de recursos humanos, se sorprendió de verme a esas horas.
Creía que ya no ibas a venir, la verdad, murmuró con seriedad. ¿Y ese cubo de Rubik?
Te pido disculpas, he tenido una mañana horrible. Hasta hace dos minutos creía que este era el peor día de mi vida pero...
Sí, lo sé, Madrid está colapsada.¿Cómo has llegado? Creí que me dijiste que vendrías en tren..
Lo he perdido y he cogido un taxi.
¿Has perdido el tren?, preguntó alarmada.
Sí.
¿Qué tren?
El de Guadalajara, la línea C2. Lo he perdido delante de las narices, además, el conductor no ha querido abrirme las puertas, reí entonces, recordando mi suerte
¡Oh, Dios mío, Raquel!
No pasa nada. La verdad es que lo que ha ocurrido después ha sido...
¡Te has salvado de milagro, te das cuenta!, exclamó con cara de terror.
¿Cómo?
¡El atentado! ¿Es que no te has enterado?
Mi cara de perplejidad contrastaba con el terror que se reflejaba en su rostro.
¿De qué estás hablando?
Me cogió de la mano y me guió hasta una sala donde un puñado de empleados contemplaban la televisión, entre compungidos y aterrados. El especial informativo mostraba cómo habían quedado los vagones de algunos de los trenes, destrozados, calcinados, y cómo decenas de voluntarios y trabajadores de los servicios de emergencias evacuaban a heridos de todas clases, alejándoles de aquél horror del que por un guiño del destino me libré en el que creía había sido el peor día de mi vida.
Veinte minutos más tarde salí de allí sin haber hecho la entrevista, dadas las circunstancias, pero con cita para llevarla a cabo otro día. Estaba como flotando, las piernas caminaban despacio casi por inercia, sin saber a dónde iban. El aire fresco de aquella mañana gris me arañaba la piel de la cara, resecando mis labios y atrayendo lágrimas a mis ojos, que lloraban sin saber muy bien por qué lo hacían.
Me senté en un banco de madera, justo al lado de donde me había apeado del taxi. Durante unos minutos vi pasar a la gente, sin ver. Sentada allí me pregunté por primera vez lo que vino a mi cabeza miles de veces.
Me había salvado.
La vida me daba una segunda oportunidad.
Pero, ¿por qué?
Mi destino era entrar en ese tren. De haberlo hecho...
Entre mis manos apretaba con fuerza el cubo de Rubik que Alejandro me había dado. Su número reposaba con tinta negra en una de las caras y pensé en él, en si se habría enterado ya y en si se sentiría igual de afortunadoegoístaaliviadoconfusoymal que yo.
Como si aquél juguete tuviese poderes mágicos, un taxi frenó de golpe frente a mi. De su interior apareció el dueño del cubo y objeto de mis pensamientos. Alejandro, con la cara algo desencajada, me vio en seguida, corrió hacia mi, se arrodilló y me abrazó con todo su cuerpo.
La vida empezaba de nuevo.
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