Llevo tiempo desaparecida, pero sigo aquí.
Yo, que vivo bastante de puertas para fuera, no sé muchas veces cómo gestionar lo que me pasa por dentro. Y en estos últimos meses me han pasado muchas cosas.
Dicen que el tiempo lo cura todo. Yo, como enfermera, sé perfectamente que eso no es así. Pero sí es cierto que el paso de los días tiende a calmar todo en nuestro interior, lo bueno y lo malo. Y parece que estoy preparada para volver a asomarme a este pequeño balcón, para sacar lo que me pasa por dentro, para contarlo al mundo, a mi universo en miniatura de conocidos y desconocidos.
Hoy quería hablaros de un libro que me tiene algo obsesionada. A ver, quizás no es la palabra. Me gusta más decir un libro que me marcó, que parece menos de loca. Martina con vistas al mar es una novela que me removió por dentro muchas cosas, tal vez fuese por el momento en que lo leí. Recuerdo casi todas las cosas que ocurrían en la novela como si yo misma fuese la protagonista, como si las hubiese vivido. Porque esos personajes, dejadme que coja aire, Ay, Dios mío, ¡QUÉ PERSONAJES!
La historia de Martina y Pablo Ruiz Problemas no puede dejar indiferente a nadie. El verano pasado, cuando les conocí, se tornó todo mucho, mucho, mucho más rojo, caliente y pegajoso gracias a ellos. Fueron una sorpresa, sin duda, en forma de amigos que te lo cuentan todo, lo bonito y lo feo, lo delicioso y lo amargo, lo carnal y también lo sensitiva que puede llegar a ser la vida y la cocina, si te dejas llevar por lo que sientes. Y yo, que me acababa de graduar en Dirección de Cocina, os podéis imaginar cómo absorbí todo aquello...
El caso es que Martina y Pablo me acompañaron y aún no hacen desde el momento en que nos conocimos y creo que no me dejarán nunca. Me resulta inevitable buscarles paseando por las calles de Malasaña, tratar de encontrarles viendo las puestas de sol en el Templo de Debod o imaginándole a él cantándole a ella Pequeña, de Efecto Pasillo y Juan Magán, volviéndola loca por toda la cocina de El Mar.
Qué bonito que un libro provoque todas estas cosas.
Ya le estaba teniendo ganas yo a Elisabet Benavent y desde luego creo que me he metido en el universo de Beta Coqueta por la puerta grande. Además, cuando me enteré de que ella también había quedado digamos marcada por Martina y Pablo no pude más que sentirme aún más cerca de la creadora de estos pedazo de persona(JE)s. Cuando acabéis el Horizonte Martina, por favor, por favor, no dejéis de visitar su página web donde podréis ver el correo electrónico que le envió Pablo para despedirse y la contestación de la autora.
El caso es que un día de tantos, mirando el adictivo Instagram, di con una ilustración en el perfil de @betacoqueta que me hizo reflexionar muy mucho. Al parecer lo hizo alguien de lo que llaman familia coqueta y, al igual que a Elisabet, me pareció tremendamente gráfico, revelador y aplicable a prácticamente cualquier ámbito de la vida en que no estamos conformes.
Desde entonces, cada vez que me quejo de algo o veo a alguien quejarse una y otra vez sin hacer nada al respecto, vuelvo a esta imagen y busco los posibles caminos para salir de la estanca zona de confort, calentita, sí, pero que no nos lleva a ningún sitio; me intento llevar a la zona de pánico y me debato entre conformarme o saltar.
Qué es lo peor que puede pasar. ¿Fracaso? ¿No es más fracaso no intentarlo y seguir quejándose? En la vida hay que ser valientes para llegar a la zona donde ocurre la magia pues no existen hadas madrinas que lo solucionen todo mientras nosotros nos acurrucamos en el sofá.
Es difícil, diréis muchos. Pero está claro que, si fuese fácil, la meta y el éxito no serían tan dulces..
Y sí, el miedo a veces es brutal. Pero sin duda no es más que un añadido para hacerlo todo mucho más interesante...
Ahora, la pregunta que debemos hacernos es ¿conformarse o.. saltar...?
No hay comentarios:
Publicar un comentario