Qué le voy a hacer, soy así. No me conformo.
En ocasiones envidio a la gente aparentemente feliz con su vida "normal". Y cuando digo "normal", me refiero a esas personas que estudiaron una carrera y se dedicaron a ello y nada más.
Yo no soy así. Me gustan muchas cosas como para dedicarme solo a una. En mi interior vivo y demandante de aprendizaje y nuevas experiencias no hay hueco para la inmovilidad. Creía que era "normal", pero no. Menos mal...
Con el tiempo me he dado cuenta de que vivir para los demás, por el qué dirán o esperando su aprobación o comprensión es una tontería, cansado e innecesario. Y lo más importante: no me hace feliz.
La vida es corta. Demasiado corta como para pasarla deseando cosas, haciendo planes, intentando ajustarnos y encajar en lo que la sociedad nos impone como "normal" y dejando pasar lo que nos hace felices, que al final es lo más importante en esta vida corta.
A mi, ahora, me hace feliz cocinar. Las sensaciones que me provocan estar en una cocina superan el cansancio, el calor, el dolor de pies, los pequeños cortes y hasta las quemaduras. Eso debe significar algo.
La sensación que me provoca subir la escalera mecánica de la parada de metro Catalunya, al principio de las Ramblas, también me hace vibrar, se me mueven cosas por dentro, llámalo como quieras, pero me hace feliz.
Y al final es eso, en esta vida corta, no es eso lo realmente importante?
No todo aquél que vaga está perdido, me dijeron hace unos días. Y desde entonces me lo repito mucho. No sé dónde acabaré, desconozco mi destino, el futuro es incierto. Pero mientras recorro el camino, procuro ser feliz cada día. Porque la vida, tan corta y tan bonita, con tantas cosas horribles, está para eso, para intentar buscar las cosas buenas y ser felices con ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario