jueves, 20 de julio de 2017

La calle de la Tantarantana

Conocí está calle por casualidad buscando piso. A pesar de estar abierta al tráfico, los que circulan por sus adoquines ni sucios ni limpios son la mayoría personas. Gente que viene y va. Gente de barrio. Vecinos que la eligen de entre las distintas calles de Born porque tiene algo.
Tantarantana tiene algo que trasmite mucho; tiene mucho a través de todos sus algos.


Tantarantana tiene balcones. Muchos. Tantos como historias habitan tras ellos. Gente joven, con niños, miniurbanitas que dan sus primeros pasos en estos adoquines. Gente que llevan en esta calle toda su vida, que podrían contar la historia, la de sus vidas, con la historia del mundo como telón de fondo y la Tantarantana como escenario.
Tiene gente de paso. Extranjeros y nacionales que vienen a hacer fortuna aquí, a buscarse la vida, a cumplir sueños, a hacer posible lo imposible, a tejer su propia historia, a, entre otras cosas, pasar por la calle Tantarantana al menos una vez y a hacerla más bonita.


La Tantarantana tiene mascotas de todo tipo, perros, gatos, vigilantes a través de esos balcones llenos de gente, humana, perruna y gatuna.


En la Tantarantana está el Museo del chocolate. Cuántas calles pueden decir algo igual de chulo?



A la Tantarantana no le podía faltar un lindo café con terraza, camareros con sonrisa encantadora y trovador propio. Porque, en la Tantarantana hay música. La que proviene de este poeta andante que versiona a Fito y su soldadito marinero, la de un grupo que está empezando y nos regala sus primeras canciones a través de estos balcones que tanto tienen dentro y que tanto dan.


En la Tantarantana casi siempre corre una ligera brisa que hace de sentarse en sus escalones a ver la gente pasar un hobby al que podría acostumbrarme de por vida.  Porque la Tantarantana es vida y la vida en la Tantarantana no es mejor que en otras, pero te da como para sentarte, observar y ver la vida pasar.


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